miércoles, 23 de abril de 2008

IV

"Todo lo que siempre he hecho ha estado equivocado".

No tengo respuestas, como sobre tantas cosas...

¿Era amor en realidad ese desasosiego, paseando inquieto por la casa, como un animal atrapado en su jaula, y corriendo inquieto de un recuerdo a otro, entre miradas colmadas de agua y sedientas de fuego? ¿Te amaba realmente cuando contaba los segundos más aprisa que todos los relojes y el miedo me encerraba en un pozo infinito de dudas y suposiciones?

Quisiera escapar, correr hacia ese paisaje desconocido y tal vez no llegar nunca. Correr, tan sólo correr. Sintiendo que me llaman y no pueden tocarme las palabras que, como flechas, me buscan y no me alcanzan. O tal vez sin ninguna palabra detrás, sin nada más que el silencio galopando en el aire, libre de todo, y de mí, el primero. El olvido, como un espacio oscuro, inmenso, donde perderme. Quizá así sea la noche perfecta, una noche hecha de miles de noches, como una caída infinita, laberinto, rincón olvidado, y las sombras que crecían desde todos los rincones cuando eras tan niño que ni sabías que lo eras.

Y la felicidad, entonces, en la infancia, brotaba de la inconsciencia, alegre, ignorándose a sí misma, desconociéndose, porque así, sin ver su rostro, podía amarte y llenarte, como un jarrón, y derramarse sin miedo a agotarse. Y el miedo también se ignoraba a sí mismo. Y todo lo que era (risa, dolor, sueño y hambre, y miedo) lo era plenamente, porque no tenía nombre, ni rostro, ni pasado y ningún porvenir. Porque no podías hacer ningún proyecto porque no sabías del tiempo. Tú, eterno, lo eras todo, desde siempre, y siempre no abarcaba el ayer, muerto y enterrado sin entierro, y no abarcaba el mañana, porque no habías caído aún en los brazos del tiempo.

Pero el tiempo nos atrapa a todos, hasta al amor, ese invitado que desearías eterno. ¿Eterno?, aspiro a tanto...y ni siquiera puedo llenarme un vaso de agua, ni siquiera eso. Y mi sed me agota, ahogando, apretando y abriéndose paso como un arado en la tierra. Y todo lo que hago lo hago mal. Y lo que aprendo, lo olvido, y si lleno mi mano es de arena.

Arena...tiempo. Persigo un espectro que ríe y me lleva por los cajones, por las paredes, caminos y olores y dibuja palabras en el tiempo, habitaciones, susurros, reproches y ¡nombres!: qué hermoso rosario de gotas de lluvia, de dolor, de rocío, de fracaso y de victoria, de canciones de la infancia, de miradas como un horizonte, lejanas y delgadas, de campos amarillos que no conozco, pero que sé que hubo un instante en que fueron mi casa.

¿Es el amor lo mismo que un sueño, real mientras lo sueñas, infinito, extenso, más cierto que cualquier deseo, y aire, humo, niebla cuando estás despierto?

Amarte era ir recogiendo destellos, brillos de un cristal roto que reflejan un color y otro si te mueves, era ir atrapando briznas de olores hasta componer la fragancia que te embriaga y te lleva hasta un cuarto repleto de flores y de canciones.

Y siempre, en algún instante, doy el paso incorrecto y me expulsan y regreso a dónde he vivido desde siempre.

Camino con los ojos vendados y una sonrisa prestada.

lunes, 14 de abril de 2008

III

Entre las hojas que cubren el suelo de marrones, ocres y verdes corre un hilo de plata. Es el sol ya un disco de un amarillo pálido triste que se pierde entre los troncos. Una ráfaga repentina sacude las hojas en un breve remolino, un baile nervioso y fugaz como un suspiro. El parque se va quedando solo. Niños, ancianos y perros, caminantes sin rumbo, militares, vendedores y mirones, todos se marchan. Comienza el tiempo de las parejas que, al amparo de las sombras, acuden en busca del rincón escondido, del banco apartado para, al son de aromas de un invierno temprano, acompasar el ritmo de sus ilusiones.

¿Qué hago yo aquí, en esta hora? Soy una sombra extraña, un intruso, un extraviado. Recuerdo otros parques, otras tardes, otros inviernos. En París, cuando el vacío se instaló a mi alrededor y creó por primera vez un muro frente al mundo que a duras penas sabía franquear y a cuyo interior regresaba cual guerrero que busca como curar sus heridas consciente que en el próximo combate quizá no tenga tanta suerte.

O en el sur, reciente aún, doliente siempre, en aquellos jardines rebosantes de sonidos confusos, algunos proviniendo de la calle, la mayoría surgiendo como espectros del fondo de mi mente, por donde vagaba arrastrado por una corriente que ni sabía ni quería controlar. Allí, en otro banco parecido a este que me sostiene ahora, protegido por una noche como esta, cogía su mano como el que espera espantar las pesadillas abrazando la almohada. Allí, en la noche, apuraba mis últimos instantes junto a ella. Nuestro era el tiempo, el paraíso, si quisiéramos. Todo era tan cierto como yo quisiera y yo quería vivir ese sueño sin principio y sin término. Ella era tan cierta como yo quisiera y yo estaba ciego a cuanto pudiera borrar el encantamiento.

Ahora, recuerdo. Ya sólo me queda eso. He regresado de nuevo tras la muralla. Esta vez no ha habido suerte. Nada me había preparado para semejante combate. Las heridas tienen vida propia. Tal vez pueda decir que he aprendido.

Observo el sol que ya, desaparecido tras la loma, ha quedado reducido a un resplandor que agoniza. La noche voraz devorará sin piedad sus últimos destellos. Recuerdo también otros anocheceres anteriores, que he vivido como si fueran de verdad los primeros, o como si fueran en realidad los últimos.