jueves, 7 de agosto de 2008

VIII

Es la tarde. Es "en" la tarde.

Una tarde más, de sol y de silencio; como tantas otras que repito incansable como buscando en su perfecta identidad la eternidad de un tiempo feliz que conservar entre hojas pardas en cualquier gaveta.

Porque en las tardes busco el silencio y me reclino cerrando los ojos como si pudiera llenar los pulmones de una paz cálida, de un silencio que me invada y me acaricie, como cuando me arrullan los recuerdos y los siento deslizarse como unas manos de mujer sobre mi espalda desnuda.

Bajo al camino que lleva a los molinos. Los campos desiertos y el sol me calman el paso y adapto los latidos de mi cuerpo a la cadencia de las hojas y el acompasado vuelo de las mariposas. Dejo atrás la vida y penetro en la tarde soleada de un otoño cálido y extraño que se nos ha posado en los hombros con la candidez del cabello.

De pronto veo un gato que trepa por la roca hasta quedarse inmóvil, mirándome tranquilo, con el sol en la frente. Se acuesta y medio se adormece y yo trepo a otra roca vecina y me recuesto como él, como si nada más tuviera sentido que este baño cálido de luz y de silencio.

Enfrente, el sol camino del mar y el camino a mis pies, polvoriento y seco, rodeado de campos desnudos. Es otoño y la tierra reposa cansada y se cierra en sí misma y se cubre de marrones y de grises. Aún parece que el viento se estanca en el valle. Y mienten los cielos.

Cierro los ojos y por un momento parece que estoy yo solo en este universo y que la vida no es más que este calor del sol declinando y muriendo y que nada más importa ya que cerrar los ojos o llamar a ese gato que me mira con desconfianza y hacerlo compañía mía para el invierno.

Estás ahí aunque estás lejos. Porque arrastro conmigo, como el caracol, mi hogar y mis recuerdos … y mis sueños, siempre los mismos, como estas tardes en silencio. Y aquí, callada, miras al infinito y respiras y callas. Voy tejiendo estas tardes interminables. Repito el gesto, ando por el sendero de ayer que es el mismo y busco la flor, el tallo y el ave y los encuentro. Repito los días pero solamente las tardes me pertenecen porque viven en mí y para mí y en ellas me siento cobijado y en ese silencio, que es ya mi voz y la voz de mis sueños.

A veces las tardes son breves y hay días en que parece que nada pudiera suceder si yo no lo deseo. Al final, de vuelta a casa, me queda la próxima tarde mientras el otoño pasa despacito y parece querer quedarse.